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viernes, 14 de octubre de 2011

La pluma: Cuentos breves


La casa


«LA abuela está loca y no lo deja hacer nada…, y en la casa espantan... La casa es una mansión con muchos cuartos...» Así se expresaban mis amigos del ambiente en donde yo vivía. Ya ha pasado mucho tiempo desde entonces; desde que salí, no he vuelto a ese lugar. Mi abuela aún no ha muerto...

Más… ¿qué cómo fue que llegué a tal sitio?..., eso poco importa en este momento, bastará con que diga que ahí transcurrió el término de mi adolescencia y que el recuerdo de dicha época perdura todavía.

Lo que voy a narrar ahora, no es la crónica de mi vida en aquel periodo; es la simple mención de dos sucesos que podrían considerarse sobrenaturales y que me acontecieron en una de las habitaciones de la vieja casona.

Bien..., comienzo...

***

Era el mes de diciembre, y hacía frío. Yo dormía en la habitación rosa: estaba acostado en la cama, bajo las mantas.  Debían ser entre las cinco y las seis de la mañana… De pronto, desperté porque alguien había abierto la puerta y entrado en la alcoba; abrí los ojos y vi a un hombre —o tal vez debería decir— a un espectro: no pude efectuar ningún movimiento, tampoco me fue posible gritar. El espectro avanzó en la estancia; representaba a un hombre pequeño, casi del tamaño de un niño crecido, pero no tenía en modo alguno la apariencia de un enano, menos aún de un duende.

... Extremadamente delgado, su figura era borrosa y semitransparente (como hecha de vapor o niebla). Tenía el cabello lacio, despeinado y largo hasta la nuca. Sus facciones eran afiladas y (como pude contemplar segundos después) tenía grandes huecos en el rostro; mostraba una expresión de crueldad… Vestía chaleco y pantalones: puesto que su figura se tornaba más tenue de arriba a abajo, casi no le veía las piernas (sobre todo, a partir de  la mitad de los muslos), no obstante, sé que sí tenía piernas. Y pese a ello, no caminaba: parecía como si flotara. Representaba a un hombre rubio (aún cuando toda su figura era blanca y sin matices de color); quizá, lo había sido...

… Atravesó la recámara y llegó hasta la cabecera de mi lecho, se situó entre mi cama y un armario lateral; por los agujeros que tenía en la cara, podía ver con mayor claridad las tallas del armario: un viejo armario adornado con falsos blasones... 

... Dio en hablarme y me apuntó con un dedo; hablaba con voz sorda, aspera e irónica, en una lengua que yo nunca había escuchado antes: sonaba amenazante, mas no podía comprender lo que me decía. Incapaz de soportar mirarlo, tuve que cerrar mis ojos. Entonces, él tomó la esquina de mi colcha y la alzó en el aire (lo bastante como para, al dejarla caer, hacerme sentir una corriente fría en la mejilla); y tras eso, en ese instante, con los ojos cerrados, supe enseguida que al fin se había marchado; abrí los ojos nuevamente y pude, ahora sí, recuperar el control de mi cuerpo (para incorporarme a medias en la cama) y , posteriormente, correr a encender la luz y asomarme vagamente al pasillo: no me atreví a salir del cuarto. Luego, me senté en la cama a esperar el amanecer.

***

 ... Aquel extraño personaje no volvería aparecérseme, pero días más tarde hube de  recibir la visita de una mujer (... o lo que pudo haber sido una, si es que efectivamente alguna vez una y otra aparición fueron criaturas humanas).

 Ocurrió de esta manera:

Al llegar el cuarto día tras lo ya relatado en un principio y habiendo conseguido dormir un  tiempo fuera, hospedado, precautoria y temporalmente, en algunos hogares de amigos, hube de volver a la casa.

Y en la noche del día de mi vuelta, me encerré con seguro en la recámara y me acosté dejando la luz encendida. Tardé mucho en conciliar el sueño; lo hice mirando continuamente el reloj. Por alguna razón, un tanto difícil de explicar, temía que si me dormía tornarían a espantarme (esperaba, sin desearla, la visita del espectro).

Recuerdo que conseguí permanecer en vela hasta las tres de la madrugada; y, finalmente, que cuando desperté, al igual que la vez anterior, entre las cinco y las seis de la mañana, lo hice porque alguien se había tendido a mi espalda y reposaba en mi lecho. He de recalcar que la luz continuaba encendida y la habitación permanecía cerrada...

... Aquello que fuera que estaba a mi espalda, supo al punto que había despertado e, inmediatamente, se acercó a mi cabeza para susurrarme al oído. Era, esta vez, una voz femenina; igual o más horrible, si cabe, que la anterior; yo sentía, además, inundárseme la nuca con su aliento gélido. El frío me calaba hasta bajo las cobijas; temblaba. Su voz también sonaba amenazadora, y su presencia incorpórea era tan leve y pesada, a un tiempo, como siniestra... A ella no podía verla; y de hecho, no la vería: solo pude sentirla y escucharla...

No me murmuró mucho rato al oído, a decir verdad, pero esos breves segundos —estoy seguro de que fueron muy breves— hubieron de parecerme interminables; repentinamente, cesó de hablar; sentíla que se levantaba de la cama y, apenas un poco más tarde, la sensación de su presencia que llenaba la alcoba se desvanecía por completo...

Yo pude incorporarme y comprobé que me encontraba solo.

No corrí a encender la luz —pues como dejé bien claro antes—, ésta se había mantenido encendida durante toda la noche y lo largo de la madrugada; muy poco después —he de acotar—, la luz del sol entraba por las ventanas e iluminaba la estancia...

***

Ahora: ¿qué fue lo que creí ver, sentir y escuchar?... No lo sé, nunca lo supe. Ya para concluir, quiero consignar que por espacio de tres años  (mismos que pasé en esa casa)  me sucedieron toda suerte de cosas extravagantes y raras;  las más de ellas poco o nada tenían que ver con lo sobrenatural: ya mencionaba la opinión que a mis amistades ofrecía mi abuela... Y como apuntaba, no he vuelto a ese lugar, pero imagino que debe de continuar idéntico a como estaba antes cuando yo vivía en él: con los candelabros y los marcos de las antiguas pinturas —que no he mencionado— cubriéndose de polvo, con las habitaciones solitarias y vacías con sus cortinas raídas y sus muebles pesados y vetustos... Y con la ya marchita figura de mi abuela, el rosario en la mano, con la razón cada vez más vacilante, deambulando por los corredores y pasillos de la casa y quién sabe... si con la presencia de algo o alguien más.

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Imagen reeditada y retocada por el autor de este blog. Tomada de la red.


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