Un crimen
EL juez comunica la sentencia al acusado:
—En nombre del pueblo de Francia, será usted guillotinado en una plaza pública.
En la sala, varias mujeres caen desmayadas, otras entran en paroxismos histéricos. En la prisión, el asesino ha recibido cientos de cartas de múltiples admiradoras. Es un hombre calvo, fornido, de mediana estatura, cincuentón, viste con una elegancia legítima, tiene una hermosa y bien cuidada barba negra que le da un aspecto de asirio... Sonríe orgulloso. Durante el largo tiempo que se ha prolongado su proceso, el acusado siempre se ha mostrado desafiante y nunca ha manifestado arrepentimiento.
Los ujieres se encargan de poner un poco de orden.
La sentencia es definitiva: no cabe la apelación. Entran los gendarmes.
El juez pregunta al acusado si tiene algo que declarar.
Lenta, despaciosamente, el sentenciado responde:
—Sí, señor juez..., ¿sabe usted?..., hasta el final mi mujer hubo de resultarme insulsa.
... La había descuartizado y se la había comido.
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Imagen reeditada y retocada por el autor de este blog. Tomada de la red.
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