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miércoles, 7 de julio de 2010

Cuentos breves



MI prima Catherine tiene ocho años y es bastante mona. El otro día, vino a visitarme. Subió a mi habitación, se sentó en mi cama y me dijo: «Cuéntame un cuento.» «Hoy no», dije yo. «Mejor cuéntame tú uno.» «Está bien», me respondió, y comenzó a contarme una historia improvisada por ella. A mi prima, preciso es decirlo, la caca le gusta horrores (como a casi todos los niños). Nada tenía pues de extraño que su historia girara en torno a ella en buena medida. Yo que la adoro y suelo festejarle todas sus gracias, le dije: «Catherine, voy a transcribirla», y eso fue lo que hice. Mi prima quedó complacidísima. Como quiera que sea, que me permití aquí y allá algunos retoques, la dejo hoy a la consideración del lector firmada en coautoría. Se titula sencillamente:


Un cuento

Por Catherine y Gastón,
marqueses de Sade


ÉRASE una vez una muchachita.

—¿Y cuántos años tenía?

—Humm..., tenía quince años

—¿Y qué hizo?

—Pues fue y se cagó en el panecillo que iba a comer el rey.

—¡Vaya! ¿Y por qué hizo eso?

—Pues porque le dio la gana hacerlo.

—¡¿Y el rey que hizo?!

—Pues probó el panecillo y le supo feo.

—¿Y qué sucedió entonces?

—Pues al rey le dio tanto asco que quiso vomitar enseguida... y su criado lo llevó a la ventana para que vomitase. Luego, el criado fue a la cocina y probó el panecillo, ¡puaj! sabía tan repugnante que también sintió deseos de vomitar en el acto... Corrió a donde se encontraba el rey; el rey se encontraba inclinado y estaba de espaldas, de modo que, como el criado ya no podía aguantar más, vomitó al rey en...

—¡En las...!

—¡Shhh!, no lo digas.., ahí exactamente.

—¡¿Y luego qué pasó?!

—Pues que el rey se dio la vuelta y vomitó al criado en las narices, y el criado volvió a sentir tanta repugnancia, que vomitó al rey en las barbas; luego, el rey volvió a vomitarlo enseguida y el criado hizo otro tanto. Al terminar, ambos ofrecían un espectáculo lamentable, chorreando vómito por todas partes.

—Qué asco, qué desagradable...

—Sí..., al rey y a su criado también les resultó asqueroso.

—¿Y qué siguió después?

—¡Ah!, justo en ese momento, tocaron a las puertas del palacio.

—¡Oh!, y ¿quién era?

—Oh, era la princesa Dulcereza.

—¿Era bonita?

—Era más que bonita, era preciosa.

—¿Y qué quería?

—Pues verás, el rey estaba muy enamorado de la princesa Dulcereza y hace tiempo que le había solicitado ser su esposo; la princesa venía, al fin, para concederle su mano en matrimonio. Mas al ver al rey en estado en el que se hallaba, sintió tanto asco que decidió romper su propósito enseguida; llamó entonces a su lacayo y le ordenó que vomitara en las escalinatas del palacio para demostrarle su desprecio. Estaba tan molesta que se subió en su carruaje y se regresó a su reino y ya nunca más volvió a ver al rey.

—Qué triste.

—Así es, fue muy triste, el rey estaba muy disgustado, y la culpa de todo la tenía la niña que se había cagado en el panecillo. Entonces, el rey la mandó llamar y le dijo estas sencillas palabras: «Ahora, te casarás conmigo.»

—¡¿Y se casaron?!

—Sí, si se casaron.

—¿Y fueron felices?

—Sí, fueron muy felices... y tuvieron muchos hijos.

—¿Y qué hubo el día de la boda?

—Oh, ¿el día de la boda?... Hubo caca para todos los invitados.


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